No sé si podré describir en palabras las sensaciones, emociones, melancolía vividas estos días en una zona rural al norte de Filipinas compartiendo día a día, hora a hora, minuto a minuto con esta familia con la que he tenido la suerte de vivir estos días.
Lejos de la bulliciosa, desorganizada y globalizada Manila, a 6 horas de viaje dirección al norte de la isla se encuentra el pueblo de Bani, en la región de Pangasinan. Entre campos de arroz ahora secos, vive la familia de Mercedes, la persona que ha vivido conmigo durante 20 años, compartiendo penas y alegrías, una más de la casa como una hermana y ahora por fin he podido ir a su casa y conocer sus raíces, su gente, su familia y vivir con ellos esta experiencia.
Lejos, muy lejos de la idílica Filipinas, de sus maravillosas playas casi desiertas, de las zonas de buceo que se están creando para los turistas que hoy están ampliando los maravillosos y nuevos rincones en el mundo, allí en esta región estamos nosotros, viviendo sus costumbres, la belleza, la amabilidad y el respeto de sus gentes, emocionándome cada minuto que he compartido con ellos.
Resistiendo al calor, la humedad, sin redes sociales y sin las condiciones a las que estamos acostumbrados ha sido toda una experiencia que creo que será difícil que pueda volverse a repetir. No han sido unas vacaciones sino más bien un retiro.